Las Gang-as del Paso y de Cd. Juárez.

Posted on 18 marzo, 2010

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Publicado el 17 de marzo en Youtube:

» …(los narcos) han ofrecido trabajo y oportunidades y un sentido de identidad que nosotros como sociedad no les pudimos dar, les han ofrecido una dignidad que nosotros, al bolero, a la gente, tampoco se las dimos, les han ofrecido algo que es lo más grave: la oportunidad de una revancha social, que es verdaderamente algo grave».        – Luis Cárdenas Palomino (coordinador general de Inteligencia para la Prevención del Delito de la Policía Federal)

Chucho hubiera tenido una vida cualquiera, es decir, cualquier vida de un pobre mexicano: estatura baja, tez morena, nariz aguileña, una curiosidad subyugada por la pobreza junto a un marcado sentido de sumisión. «Hasta el final de sus días…» hubiera terminado melancólicamente la historia.

No fue así, gracias al narco. Pero así no comienza la historia.

Dejó la secundaria a los 16 años, no había comida en la casa y sí hambre. Un día le dijó a su madre «pa’ que nos hacemos pendejos, jefa?» y nunca volvió. La madre en su momento, no supo ni de qué se hablaba, y acostumbrada a sus soliloquios, no le preguntó. Tuvo que enterarse varios meses después cuando se lo encontró por la calle y le gritó ofuscada del otro lado de la acera «¡Hey cabrón! ¿Por qué chingaos no estás en la escuela?».

Sin titubear Chucho le contestó entre risas «¡Pero sí estoy en la escuela de la vida, jefa! La única que existe para mí.»

No insistió. Ya habían pasado más de un mes que no conseguía chamba. Y la verdad, sí lo necesitaba pensó, sería sencillo que lo contrataran de multiusos: pintar, barrer, arreglar detalles de la casa desde la tubería hasta una televisión. Sus sueños guajiros la envolvieron muy rápido y prosiguió su camino sin decir adiós. Chucho siguió el suyo con su pequeña victoria.

En la escuela le habían llamado siempre el agritrato, Chucho recordó. «Pinche agritrato, ¡ya cambiate por una vez al menos los calzones!» Y efectivamente, Chucho no se cambiaba el uniforme, «pero al menos los calzones, sí» lo calmaba su conciencia. De esos tenía cuatro y se sentía orgulloso de ello. En verdad tenía otros dos cambios de ropa más o menos presentables, pero uniforme para la escuela, de ese sólo tenía uno. Y era un lujo que le había costado varias discusiones con su madre. «¿Pero por qué no te aceptan en la escuela vestido normal? ¡Qué no tenemos un peso Chucho! Tus hermanos y tú siguen creciendo! ¡Ya párenle por favor, pues qué pinche carrera traen!»

Primero sólo había sido el retrato… toda la primaria. El retrato era un apodo razonable para sus estándares y lo aceptó con agrado. Un mediodía después del recreo, Chucho alcanzó apenas a esconder los rayoneos en el mesabanco en el momento en que los pasos de la maestra de inglés se detuvieron justo junto a él. A esa maestra le gustaba causar sorpresas. «Hueles agrio, campeón» Le confesó la maestra frente al salón entero.

Y así, el agritrato vió su nacimiento un caluroso día de sexto de primaria. Jamás iba a ser arrebatado de su persona el efecto que tuvo en su inconciente, a menos qu cediera por sí mismoy le abandonase. El agritrato…

Despertó ese mismo día y vió su ropa vieja, agria y descolorida. No, no era tan fea, pero ahora así la sentía. Sus ojos ahora le mostraban sus chanclas agrietadas, de un color más bien parduzco cuando un día habían sido cafés. Volteó alrededor y se reconoció pobre. Las lágrimas se le amontonaron en los ojos pero se las tragó todas antes de que cualquiera pudiera escapar.

Fue la primera vez que tuvo conciencia de la pobreza. «Antes vivía en el paraíso», se dijó.

¿Continuará…?